El populismo destruye a la sociedad
El populismo tiene su propio manual de actuación y no es una forma más de hacer política, porque encandilando al pueblo con acciones simples, la mayoría de las veces imposibles de realizar, mentiras cubiertas de una pequeña dosis de realismo, pero vacías de contenido, no es hacer política. Los populismos agrandan o magnifican los problemas alimentando a sus adeptos de veneno ideológico, y peor aún, apelan a los sentimientos de la gente, a su visceralidad, derivando en la división y en la polaridad. El populismo, de derechas o de izquierdas, quiere hacer ver que hace política, pero atenta contra los principios mismo de la política, que no es otra que tratar de solucionar los problemas de los ciudadanos con mesura, consenso y dialogo. El populismo, busca la confrontación y despertar en las personas sus peores sentimientos, los más irracionales, en donde la dialéctica racional y cognoscitiva y, la búsqueda del encuentro con el otro, no tiene cabida.
“El populismo dice a la gente lo que esta quiere oír, con independencia de que sea posible o no, convirtiéndose en el juez último de lo que pasa en todo lo que nos rodea y en el portavoz de los sentimientos del pueblo. El populismo quiere y busca ajustar cuentas con los gestores pasados, como si todo lo hubieran hecho mal, llegando con ello a la condena y a la descalificación de sus adversarios por todo lo que han hecho”. Su objetivo no es mejorar la política, arreglar lo que no funciona o funciona mal, sino acabar con ella.
El virus populista que inoculó Podemos al sistema político español aprovechando la crisis económica del 2011, se ha ido contagiando. El contagio por la izquierda comenzó a fraguarse en 2016, inició sus pasos cuando Sánchez fue investido presidente en 2018, y terminó materializándose en 2020, con el gran pacto social comunista.